Bajo una noche tibia de marzo, donde un cielo púrpura amenazaba con llover y los tenues faroles anaranjados titilaban entre la penumbra, había una chica que caminaba presurosa rumbo a su casa. Sus ojos iban desorbitados hacia la nada, respiraba con la boca abierta, sostenía la correa de su bolso con fuerza, un paso tras otro aceleraba asustada, sentía su corazón como un galope intenso. Su teléfono vibraba sin parar dentro de su bolsillo, ella no lo contestaba, solo quería llegar a su hogar.
El viento de la noche comenzó a sentirse, las pisadas del otoño se hacían presentes en la baja temperatura que se empezaba a hacer notar, mientras que ella solo imploraba en su mente, que lloviera esa noche. Ni siquiera sabia porque, solo sabía que ese era su mayor deseo, que lloviera. El camino a su morada parecía volverse infinito. Los cordones de sus zapatillas empezaban a aflojarse, pero no le importaba, una baldosa luego la otra, cruzar la calle, llegar a la siguiente vereda y así sin parar ni un segundo. Podía sentir como los músculos de sus piernas se endurecían cada vez más, pero ni un calambre de esos que parecen cortar la carne, podían detener la marcha de sus pies desesperados.
Ahogada casi, en una respiración agitada, entre lágrimas nerviosas y los sentidos tan agudizados que podía oír los gritos ancestrales que el viento traía. Llegó a su barrio. Imploraba a su dios que algo imposible la salvara. Tomaba grandes bocanadas de aire y cansada de los llamados de su teléfono, se lo quitó del bolsillo del pantalón, notó las muchas llamadas perdidas y las notificaciones que le avisaban de cientos de mensajes, la mayoría decían lo mismo “Te vas a arrepentir” “Eres una maldita puta” “Saldré de aquí, viajaré hasta allá y te mataré”, el teléfono comenzaba a vibrar de nuevo en su mano inquieta, coordinó su tembloroso cuerpo para guardar el móvil en su bolso. Ya estaba cerca de su casa, respiraba aire frío y cargado del polvillo de la ciudad, su cabello sucio y enredado, por momentos tapaba su rostro y ocultaba su expresión de pánico por algunos segundos.
El aleteo intenso de un colibrí hubiera sido más lento en comparación con sus manos cuando trataba de poner la llave en la ranura, girar la perilla, y entrar apenas pudiendo mover las piernas. Encendió cada luz de su hogar, verificando la seguridad de que estuviera sola, y para reforzarla más, se aseguró de poner bajo llave cada puerta y ventana de su casa. Se dio cuenta de que su celular había cesado de moverse, lo tomó y avisó a sus amigos y familia que todo estaba bien. Ella respiró hondo una vez más, y mientras inhaló, puso su mano sobre su frente y en un exhalo despacio y profundo, deslizó su palma tibia en un inconsciente cariño, por su propia mejilla.
De a poco se quitó su ropa, que estaba toda mojada por el sudor, se tomó un baño caliente, disfrutando de cada gota que recorría su cuerpo aún tenso. Al salir llenó su piel de cremas y perfumes, secó su cabello ahora limpio y sedoso, y se dirigió a la cocina, preparó un té, que sentada en su cama comenzó a degustar. Su teléfono vibró una vez más, era un mensaje de texto de una amiga, eran solo tres palabras, que decían sencillamente “Enciende la televisión”. Tomó el control remoto y puso un canal, se impactó a al ver la misma noticia en todos los canales “Una nueva cepa de una enfermedad muy difícil, estaba azotando al mundo entero, por lo que cada habitante debería permanecer encerrado en su casa hasta que se pudieran tomar otras medidas” casi como si un rayo de luz dorada le hubiera bendecido, fue aliviada su mente, increíble. De repente la euforia, la impulsó a buscar información sobre lo que estaba pasando “¿Es real?” se preguntaba una y otra vez sin parar, entre sollozos torpes que recorrían su rostro, una sonrisa nerviosa quería aparecer. Otra duda comenzaba a recorrer por su cabeza “Esa tos que le había dado a él hace unos días… ¿será?” “Por algo no lo dejaron salir del hospital”. La velocidad en el semblante parecía electrocutar el cuarto, caminaba de un lado al otro, de la computadora a la tv, de la cama al living, hasta que en un canal un periodista dio detalles sobre un caso especial. Hacía apenas un par de horas había fallecido de esta nueva enfermedad, un paciente extraño, esta persona no permitía que le quitasen el teléfono celular, fue una sorpresa para el curioso enfermero ver que este hombre haya pasado sus últimos días de vida, amenazando a una expareja, a quien al parecer venía tratando mal desde hacía ya mucho tiempo.
Oír todo esto, la petrificó, dio torpes pasos en reversa que la hicieron caer sobre su cama mientras se tapaba la boca con las manos. En su poca calma, no miro ni un solo mensaje, ni una sola de las miles de amenazas que aquel hombre le había mandado. Ella solo acariciaba sus cicatrices que en algún tiempo habían sido propiciadas por aquel ser espantoso, mientras guardaba en otras carpetas, todas aquellas horribles palabras que entre mentirosos y escasos “Te quiero” le habían dedicado por años. Limpió su teléfono, como si fuera su alma, besaba sus propios hombros diciendo “Ya está”.
Tarde en la noche, mientras el mundo se encerraba, en la mente de ella solo crecían las alas que la elevarían a la libertad. Se recostó cansada, dándose cuenta de que hacía años que no sentía verdaderamente la suavidad de las sábanas, el reposo de su cabeza en su almohada y antes que otro pensamiento negativo pudiese poner un pie sobre su mente, el destello de un trueno, casi como muestra de amor pulcro, dio lugar a la lluvia.