Por Mariana Catalano
Mi casa era antigua y siempre estuvo en construcción, mis padres hacían un enorme esfuerzo. Sí, me acuerdo que con los cascotes que había en la entrada yo jugaba a cruzar Los Andes. No éramos pobres, pero nuestra vida era muy sencilla. Yo era feliz. La calle era de tierra y a mí me gustaba… Hasta el ‘78, cuando la asfaltaron. Con el mundial cambiaron algunas cosas, estábamos a unas veinte cuadras de la cancha de River… Y a tres de la ESMA.
Me escapé cuando falleció Juan Domingo Perón. Mis padres no querían, pero yo sabía que iba a pasar por la autopista muy cerquita de casa y lo fui a ver. Esa imagen me sorprendió. Tenía curiosidad, mis hermanos más grandes tenían ciertos temores, también mi prima que había venido a vivir a casa con su novio que era hippie. Al tiempo se fueron sin mucha despedida ni explicación. De repente todo fue meterse adentro, tristeza y, al mismo tiempo, la no comprensión exacta de la situación.
Tengo imágenes… La televisión con los signos de las Fuerzas Armadas, el camioncito militar pasando constantemente, ver bajar mucha gente del colectivo y que me causara miedo. Que me dijeran “cuando vayas por la calle no patees nada”, tener que salir siempre con DNI. Recuerdo el silencio del día… Y recuerdo el ruido de los disparos de noche. Con una dolorosa claridad tengo ese sonido presente, cuando el viento del río empujaba hacia mi casa. Se decía que era del Tiro Federal, pero yo desconfiaba, era de noche… Era muy de noche.
Mis padres no estaban politizados. La televisión decía lo que había qué hacer y se le creía. Nos decían que antes todo estaba mal, que alguien nos venía a salvar. Pero yo desconfiaba. Sentía ruido en mi interior, la contradicción en el discurso social, la ambigüedad. Los ojos de un niño lo podían ver. Cuando mi padre se quedó sin trabajo dejé de creerle a la televisión, ese momento fue crucial. Había una realidad que no se mostraba y yo la estaba viviendo. El desfasaje entre lo que decía la televisión o ese diario tan famoso que llegaba los domingos. “Somos potencia mundial”, decían… Pero desde el interior de mi propia casa sabía que era mentira. Aunque me decían que no había que cuestionar, yo las preguntas me las hacía por dentro. El tiempo me dio las respuestas y la certeza de que mis dudas eran válidas.