Por Luis Federico Macek
Agustín Contreras, 8 años. Actualmente Ingeniero industrial.
El día anterior al golpe, mis padres sabían lo que iba pasar porque era algo que se comentaba, y además se veían pasar tanques en dirección a Buenos Aires. Ellos eran parte del Partido Comunista de la Ciudad de Santa Fe y estaban muy metidos en la militancia, y si bien la venían pasando mal desde antes con la Triple A, al poco tiempo de comenzar el proceso se dieron cuenta de que la mano venía más pesada.
En mi casa, además de mamá y papá, estaba mi hermano que en ese momento tenía 13 años. Era un barrio de techos de losa, planos, entonces se podía hacer hasta media cuadra caminando y saltando medianeras. Con eso nos hacían entrenar, simulamos que nos allanaban y teníamos que correr con mi hermano hasta donde vivía un amigo de la familia, para que la cana no nos agarrara a nosotros también. En una de esas, los viejos nos despertaban a las 3 de la mañana y tenías que salir volando por las dudas. Todo eso era muy horrible. A esa edad, saber que en cualquier momento te pueden tirar la puerta abajo y que tenés que dejar atrás a tu familia…es algo muy duro. Me hice pis en la cama durante muchos años.
El recuerdo más impresionante que tengo fue de un día que vinieron a parar a nuestro hogar dos personas que habían estado detenidas en una comisaría y necesitaban refugio. Para llegar al cuarto del fondo debían atravesar un pasillo largo. Y yo, de curioso, me asomé a mirar. Estaban descalzos y tenían los pies sin uñas, pelados…era obvio que los habían torturado. ¿Cómo se hace para ser niño sabiendo que la tortura existe? Creo que esa noche quemé varios cables, que siguen quemados hasta hoy.
El peligro en Santa Fe para mis papás era muy grande, insostenible. Decidieron que ya habían hecho lo que estaba a su alcance para ayudar a los demás y nos fuimos sin avisarle a nadie rumbo a Buenos Aires, alquilamos un departamento en Once y arrancamos una vida nueva.
