C.P.C. Presenta: El vuelo de Ícaro

Por: Agustín Costamagna

Esta es la historia de Ícaro González, quien creía que le debía su nombre al famoso héroe del mito griego, aunque en realidad su padre, Jacinto González, lejos de ser un erudito en mitología lo había escogido en honor a Ícaro Rubén Pardo un áspero lateral izquierdo de Deportivo Riestra de la década del 70, célebre por quebrar de una sola patada a dos jugadores de Sacachispas, su clásico rival.


La cosa es que Ícaro, tal vez envalentonado por llamarse igual que su homónimo griego creía tener en él un aire místico, una especie de conexión ancestral. Como esas personas que por portar el mismo nombre de algún famoso consideran poseer alguna cualidad en común.
Como el recordado caso de Amadeo Raúl Casas, que al llamarse igual al histórico arquero riverplatense decía haber heredado algunos de sus atributos como guardameta. Hasta que colgó los guantes un fatídico domingo de 1976 en el que en un partido recibió 14 goles hasta que su técnico lo reemplazó a los 12 minutos de haber comenzado el encuentro, todo un récord.


Volviendo a Ícaro. Tal cual lo había leído en los libros, él también se creía con la capacidad de volar. Siempre nos decía – “Algún día para verme van a tener que mirar al cielo”-. Y casi lo hicimos, aunque de manera más poética que literal, ya que luego de un fallido intento al armar unas alas de cera como marca la leyenda (es un material difícil para lograr la consistencia deseada en estas latitudes, demasiado maleable, más aún si el mes elegido es enero), juntó unos trozos de madera liviana para no sumar peso innecesario, las unió con varias bolsas de consorcio cuidadosamente elegidas, construyó una estructura parecida a unas gigantescas alas de gaviota, y desde lo alto de un molino saltó para surcar los cielos…


Despertó tres días después en el hospital del pueblo, tenía varios huesos rotos y un traumatismo de cráneo, pero nada que no se cure con varias semanas de reposo. Cuando fuimos a saludarlo nos dijo que no recordaba nada luego del salto, quería saber cuánto había volado hasta estrellarse, tal vez se había precipitado envestido por un avión o aturdido por el choque contra un grupo de aves.

Nadie se atrevía a decirle la verdad, que había caído desde 7 metros y estaba vivo de milagro. Evadimos la respuesta con frases de aliento para que se recupere y decidimos entre todos los vecinos juntarnos en una reunión de emergencia. ¿Debíamos decirle la dura realidad? Eso le rompería el corazón.
En ese momento el viejo Fermín, que pocas veces hablaba y menos en público, se levantó de su asiento y pidió la palabra, dijo que no le iba a sacar la ilusión a nadie y menos a un pobre muchacho y se retiró, creo que nunca más oí hablar a Fermín, pero lo que dijo caló hondo en el inconsciente popular.
Le pedimos prestado un traje a sastrería Manolo´s, lo llamamos a José Giménez que era el más ducho para la actuación, siempre tenía algún papel importante en las obras de teatro que se preparaban para el aniversario del pueblo.


Con mi amigo Cucho que había estado tres meses en la facultad de derecho como personal de mantenimiento, pero que algo junaba del tema, redactamos una especie de acuerdo legal y nos fuimos para el hospital.


José llegó con el traje que nos había prestado Manolo, el cual le quedaba un poco largo de mangas, diciendo que era un alto gerente de la NASA y que lo que Ícaro había hecho, volar más de 50 km a tanta altura, atentaba contra la leyes aeronáuticas y espaciales. Le dijo que podía tener serios problemas legales si volvía a intentar semejante proeza y le hizo firmar un pacto con la promesa de no volver a realizar acto semejante.
Ícaro con una sonrisa que no le entraba en la cara, más que nada porque los chichones y golpes se la ocupaban casi en su totalidad, firmó con la mano que tenía más sana. Y con la paz que tienen los que cumplen sus sueños dijo que ya no necesitaba volver a hacer algo así, o eso le entendimos ya que le quedaban muy pocos dientes sanos y hablar le era una tarea casi imposible.


En cuanto a nosotros, sé que algunos nos juzgarán como “el pueblo que se unió para crear una mentira”. Yo prefiero vernos como amigos que nos dimos la mano para cumplir un sueño.


Después de todo. ¿Quiénes éramos nosotros para quemarle a Ícaro sus alas?

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