Por: Roger González
Sabe mucho más que nosotros, podríamos decirle filósofo,
pero sabemos que esto lo enojaría, porque no cree merecer ese
título. Aún así, el quiere ser un puente hacia la verdad para
nosotros, ese puente que el nunca tuvo.
Pareciera que fue formado para ser nuestro maestro, pero
nadie le informó de esto; solo una fuerza inconsciente lo llevó a
ocupar ese lugar, que antes ocupaban los antiguos maestros; pero
no busca recompensas económicas porque le gratifica el amor.
Predice con impresionantes aciertos, los diferentes hechos
que suceden cotidianamente en nuestras vidas: el fin de un
amor, las traiciones de los amigos, las decisiones equivocadas.
Siempre nos resistimos a creerle, pero como un karma para
nosotros, todo finalmente le da la razón, todo aunque tarde le
reivindica; su gran auto estima le hace no necesitar alimentos
para su ego.
Sus predicciones dibujan una sonrisa sarcástica en su
rostro, mientras le brillan de emoción sus ojos; pero nunca
derramará una lágrima, porque él sabe bien que un maestro
jamás debe mostrar debilidad frente a sus discípulos.
Quizás la interacción entre el maestro y el discípulo, haya
sido la mejor pedagogía del comienzo de la humanidad.
Quizás se podría afirmar, que fueron esos maestros,
quienes permitieron, guiaron y facilitaron la formación de los
grandes protagonistas de la historia.
Quizás hoy los únicos, con el derecho de hacerse llamar
maestros, sean esos personajes que algunos sobrinos solemos
llamar, con gran admiración, el tío.