Por Gastón Piriz Aldana
Martín Arena, 13 años. Actualmente es periodista.
Mis padres me advertían que tuviera cuidado en el colegio cuando opinaba y debatía. Aunque iba al Pellegrini, me lo decían porque era una época donde había que cuidarse con lo que se pensaba. No me quería guardar nada y no lograba entender tanta censura.
Recuerdo la Guerra de Malvinas, yo estaba en primer año. Estalló el 2 de abril del ‘82. Me acuerdo a la perfección que muchas personas festejaban. Mi mamá no, ella siempre se quejaba y decía que era una locura mandar chicos a la guerra. Sin embargo, me pedía por favor que no hablara nada en el colegio.
En el Pellegrini se discutía mucho sobre la guerra. Cuando uno era más chico opinaba lo que traía de la casa. Había compañeros a favor de la guerra y otros en contra. Yo no podía quedarme callado, intentaba tener cuidado, pero quería decir lo que pensaba.
Me acuerdo que en segundo año, un amigo había invitado a nuestro colegio a un chico que cursaba en otro lado, en una escuela privada. Hizo la fila con nosotros y un preceptor se dio cuenta. Se sintió ofendido porque a algunos se les escapó la risa. Nos llevaron a todos a un cuarto donde, más o menos, nos hicieron un interrogatorio policial. Decían que habíamos intentado infiltrar a alguien. Los preceptores se ponían entre nosotros para vigilarnos y que no habláramos. Fue una situación fuerte, éramos chicos, nos asustamos un poco.
Eran los últimos días de dictadura, faltaba menos de un año para que se terminara. Había empezado a circular la revista del centro de estudiantes de la escuela que, obviamente, estaba prohibida. Se llamaba La Bola. Recuerdo estar leyéndola abajo del banco, muerto de miedo. Realmente no sé qué hubiese pasado si un profesor me veía leyendo eso. Quizás no pasaba nada, pero a mí me daba miedo.
Era atractivo leer cosas que estaban prohibidas por la censura que imponían los militares. En ese momento ya se empezaban a escuchar discursos revolucionarios que cuestionaban todo lo que decían los militares.
Con el estado de sitio impuesto por la dictadura, los menores de edad no podían estar en la calle después de las diez de la noche. A mí me generaba terror que la policía me llevara a la comisaría, pero también era chico y quería salir. Una vez, pasé por una plaza mientras volvía a la casa de mi mamá y justo pasó un patrullero. Me dio mucho miedo y me agaché. Volví a mi casa escapando de la policía, como si yo fuera el delincuente. El día a día se vivía diferente, con miedo.