C.C.C. Presenta: Abolición

Por: Facundo Isaguirre

Como cada mañana, Alexander dedicaba unos minutos para escribir sus primeros pensamientos del día en una libreta que luego escondía dentro del colchón. Aun así, nadie tenía permitido entrar en su habitación. Tomó una lapicera de su mesita de luz, el cuaderno de un bolsillo secreto en su aposento, y comenzó: 

El mundo empezó sin humanos, y tiene que terminar así. La existencia de dios, solo demostró un instinto inútil de preservación de la especie; no significa que eso esté mal, pero desde aquellos tiempos en donde empezó a existir una supuesta entidad dominante y creadora de todo, siempre la preservación estuvo acompañada de superioridad. Asumiendo que el ser humano tiene que seguir viviendo y controlando a las demás especies, porque supuestamente somos seres más “inteligentes”. Esa es una verdadera falacia que creó él o los hombres que inventaron la religión. Aun así, y en consecuencia a eso, se dejó bien claro que debía haber, obligadamente, una procreación absoluta en la vida de cada individuo, con sus respectivas y estúpidas reglas. Esa fue la verdadera caja de Pandora. El mundo se llenó de males porque el hombre dejó de lado su lado terrenal y empezó a centrarse en su parte espiritual y onírica. Esto generó guerras, masacres y calamidades de todo tipo. Si tan solo, ya que poseían el poder, hubieran plantado unas buenas bases como cimientos; o si no hubieran impuesto tantas prohibiciones, la gente no intentaría romper las reglas. Es muy fácil asumir que quien no cumpla con ciertas normas es un loco. Pero ¿y si el loco es quien creó las normas? ¿Y si a quien consideran demente no es más que un simple ser humano sacando a relucir su salvaje naturaleza?

Al final, la historia de este mundo se basó siempre en el poder que ejercían unos cuantos sobre muchos otros. Obviamente refiriéndome solo a los hombres. La verdadera naturaleza se rigió permanentemente por una rueda gigante y siempre giratoria, entorpecida incontables veces por la mano y el cerebro humano. Solo es cuestión de separar las piedras del trayecto de dicha rueda. Y debe ser definitivo. Quiero que así sea. Aunque, a fin de cuentas, si por algo destacan los hombres, es por su terca insistencia. Sin ir más lejos, esa rueda nunca se va a detener, porque es el orden natural de las cosas. No importa cuán perseverante sean, la rueda seguirá su curso habitual hasta estrellarse con la nada misma. Pero eso está muy fuera del alcance de nuestra diminuta percepción. Lo único que queda por hacer es simple; barrer el camino y acelerar el destino, por más inmoral que suene para el resto. Después de todo, la moralidad es otra creación del hombre moderno, como una excusa parar separar el bien del mal y así hacer todo más complicado. Complicado para mí. En cambio, para el que se cree bueno bajo dichos términos, todo es más fácil.

Luego de un día largo y ajetreado, como los que acostumbraba a tener, el peso de su labor lo hundió en la cama, y ésta lo poseyó durante unas silenciosas siete horas. Al amanecer, volvió al mundo terrestre y repitió la misma rutina del día anterior: 

Los humanos llegaron muy lejos. Si no fuera por la moderna civilización, la extinción habría llegado varios siglos antes. Tan solo piensen en el comportamiento de los hombres en la antigüedad. Guerras por motivos tontos como una porción de tierra, por defender la existencia de un dios, por odio injustificado hacia otra raza. Terriblemente nefasto. Mientras tanto, en la actualidad, la mayoría de los que opinan sobre el pasado lo hacen desde uno de los bandos, y así se hacen llamar sabios o racionales. Creen que ser conscientes es ser racional y apoyar a las minorías. Yo los llamo padecientes del “Síndrome del sufrido”. Esos que aseguran comprender al maltratado, al asesinado y al perdedor. Ja, ja, ja. Nadie puede ser lo suficientemente inteligente inclinando su cerebro hacia un lado, sea de forma simbólica o no. A veces me pongo a pensar si antes la gente entendía la idea de neutralidad. Seguramente alguien hubo, pero se habrá llevado esa sabiduría a la tumba.

Hay un gran trecho entre ser neutral y ser racional. Racional es el creyente limitado por parámetros, neutral es el que cree en todo y a la vez en nada; el que concluye cuestiones paseando por ambos lados de la línea. Racional es quien apoya indiscutidamente a los judíos en el ‘45, neutral es quien conoce ambos bandos, pero no se vuelca totalmente hacia ninguno.

Por otro lado, la neutralidad es más difícil de transferir mediante el carisma o cualquier otra forma de liderazgo. Tampoco es que algún líder haya querido alguna vez enseñar ambigüedad. Siempre fue todo a favor o en contra de algo. Aquel que no elegía bandos era ignorado. Es como si incitaran a la estupidez, a un supuesto patriotismo que es mejor a otro régimen. Lo mismo pasó con las religiones, una interponiéndose a las otras; buscando razones para desacreditar una creencia rival. ¿Por qué no creer en ambas? ¿Por qué está mal no creer en ninguna? La mente nos da la opción de percibir si algo es bueno o malo, conveniente o peligroso, fuerte o débil… pero también nos da la posibilidad de parar nos en el medio, o de cambiar la “o” por la “y”. Bueno “y” malo, conveniente “y” peligroso, fuerte “y” débil. Todo posicionamiento es subjetivo y fácilmente rebatible según la perspectiva con la que se lo plantee. Lo bueno será así para quien lo perciba de esa manera, pero eso mismo puede ser malo si se modifica la perspectiva. Eso, llevado a la política de los recursos, se vuelve mucho más claro; para que alguien obtenga un recurso, tiene que perderlo otro, ya sea otra persona, empresa, ambiente, etc. En base a esto, siempre que se utilizó un recurso de la naturaleza, fue a favor del ser humano y la supuesta civilización. Nunca fue al revés, al menos no de manera consciente. Gracias a esto – o por culpa de esto – es que la naturaleza se impone mediante catástrofes. Mi idea solamente es crear una catástrofe social utilizando la naturaleza humana; ese salvajismo egoísta que define realmente al hombre. Es la retribución que merece el planeta para no terminar siendo una bola de basura nadando en una órbita espacial. Prefiero que sea un mundo rojo antes que una representación etérea del residuo. El verde seguirá creciendo, el agua seguirá cayendo de las nubes esponjosas y brotando desde el infinito suelo; el sol seguirá consumiendo lo necesario y la noche se tragará todo lo que desee. Todo volverá a ser un carnaval de colores y temperaturas varias. El destino será nuevamente indefinido y el dominio será del ambiente hacia el ser, ya no más a la inversa. No solo se erradicará la vida humana, sino también la sociedad, la civilización, la política, y todos esos peligros que fueron ocasionados por ese viejo orden mundial. Abolición, abolición, abolición… Qué hermosa palabra. Si hubiese sido escritor, mi primer novela se titularía así.

Por suerte fui buen lector, por fortuna Wells, Huxley, Clarke, Bradbury y otros tantos invadieron mi mente hasta el punto de hacerme culto y no dejarme ser solo uno más que nace, vive y muere. Me enseñaron a usar el poder para que nunca tengamos que vivir cualquiera de los futuros que ellos imaginaron. El ser humano no se va a deformar. El humano perecerá, será una raza fallida. El mundo no será sustentable e insípido como en “La máquina del tiempo”, pero al menos será floreado y verde. No será “Un mundo feliz” biológica y tecnológicamente como pensó Huxley, pero si habrá desigualdades. Una tortuga seguirá viviendo más que un ave, el ave seguirá volando y los peces continuarán nadando. Los escritores futuristas acertaron todos en la premisa de que inevitablemente habría un futuro, pero casi nadie se animó a odiar tanto al humano, a separar la destrucción del hombre con la del mundo. Siempre necesitaron que un ente con manos y cerebro y ojos contase la historia y se vea verídica. Pero ¿Quién contaría la historia de un mundo sin seres capaces? A decir verdad, ¿De qué sirve la historia y el pasado? Dicen que, para aprender de los errores, para no volver a cometerlos. Aun así, los errores se pagan, de una u otra forma; y si la equivocación del ser humano fue la de masacrar a otras razas e incluso a sí mismos, entonces el globo tiene el derecho natural de acabar con dicha especie.

El humano es peligroso. Siempre lo fue. Siempre mató para su propio beneficio. Siempre pensó para sacar provecho. El ser humano es egoísmo, envidia, gula, muerte… todo eso personificado en dos brazos, dos piernas, dos ojos, dos pulmones, dos oídos y un corazón que fue culpado siempre por el cerebro, el verdadero enemigo de todo.

Año 2038.

Una criatura parecida a un hombre, con apariencia harapienta y manos rígidas, se adentró en una gran mansión y recorrió cada rincón de la misma, hasta toparse con una habitación enorme y oscura. Palpó cada centímetro, y solo encontró un par de lentes, un billete de cien dólares y una libreta que se mantenía impecable y oculta dentro del colchón. Con cierta impotencia, guardó los anteojos y el dinero en un bolso, mientras se detenía a leer el libro. A modo de título, en su primera página ponía “Abolición”. Leyó cada una de las cincuenta y nueve hojas con atención. En varias ocasiones soltó ligeras carcajadas. Una vez que terminó su lectura, sumó el libro a los demás objetos que tenía guardado, y decidió salir de la mansión. Cruzó la inmensa avenida, de la cual emergía desde sus grietas un imponente árbol, y una vez que llegó al parque, se sentó en uno de los bancos, mirando a la lujosa vivienda con ese radiante cielo celeste de fondo. Escuchó voces conocidas a su espalda, y como un ferviente adolescente enamorado, volteó esperanzado y sonrió.

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