Por Fabrizio Gerardo Scaglione
Fabián Tassero, doce años
Actualmente es empleado de comercio
Me levanté sobresaltado. Era la madrugada de un viernes. Se escuchaban tiros que venían de la calle, así que fui corriendo a la habitación de mi mamá que daba al frente. Con miedo y en silencio miré hacia afuera a través de la ventana.
La situación era extraña. La cuadra estaba llena de soldados, y todo estaba quieto, hasta que pude ver cómo metieron a Gabriel, un vecino, dentro de un Falcon verde. De pronto… ya no quedaba más nadie.
Al otro día no se habló del tema. Yo entendía algo de lo que pasaba por mi papá, que militaba en la JP. Para ese entonces mis padres ya estaban separados.
Un tiempo antes de la madrugada del viernes, mi padre apareció en mi casa, donde vivíamos mi mamá, mi abuela y mi hermana y nos dijo: “Si preguntan por mí, ustedes no saben nada”. Él estaba al tanto de algunas persecuciones, y quería protegernos. Recuerdo a la perfección ese día y ese diálogo. Algo empezaba a ocurrir…
Hacía ya una semana que se habían llevado a Gabriel y los niños de la cuadra empezábamos a tener diferentes versiones de los hechos.
En ese momento salía todos los sábados a andar en bicicleta con mis amigos del barrio, esa era mi diversión… Dimos nuestra primera vuelta por la mañana y nos metimos en una cochera que daba hacia un descampado.
Jugando, encontramos una gran mancha de sangre y una nueva versión inundó nuestras mentes: “A Gabriel lo mataron”.
Recuerdo que en casa se hablaba del toque de queda, y yo siempre tenía que ir con el documento encima. De todas formas, en el colegio no se tocaba el tema…
Meses después de la desaparición de Gabriel volví a escuchar ruidos extraños, así que una vez más me asomé por la ventana de mi mamá….
La situación era muy parecida. Pude ver cómo entraron nuevamente a la casa de Gabriel, pero esta vez, salieron solos. A Gabriel ya se lo habían llevado.
Sin embargo, esta vez ocurrió algo diferente. Abrieron el baúl del Falcon, que estaba estacionado justo en frente a mi casa, y comenzaron a pegarle con las culatas de las itacas a un chico que estaba ahí adentro. Se escuchaba: “Por pelotudo, por hijo de puta y por mentirnos”. Cinco minutos duró esa escena. Cerraron el baúl y desaparecieron.
Días después supe de un vecino que osó levantar la persiana y se encontró con dos militares parados en su ventana, itaca en mano… Controlando que no mire nada.
Con el tiempo me fui enterando que hubo varias personas que cayeron en esa época en mi barrio, Ituzaingó, pero ninguno tan cercano como Gabriel…