C.C.C. Presenta: Amor reminiscente

Por: Martina Belén López

Nel mezzo del cammin di nostra vita

mi ritrovai per una selva oscura,

ché la diritta via era smarrita.

Dante Alighieri, Divina Commedia

¿Qué sabe el tiempo de amor, si este ni siquiera existe?

¿Qué sabe de vos, del aroma de tu piel y tus cuasi incontables lunares?

Qué sabe, me pregunto yo, el tiempo de nosotrxs, si no existe, no es nada. (…)

Frente a él yo me siento Alicia. Siempre recuerdos de amor de un pasado irrecuperable,

anhelos de caricias y besos futuros, todo en una inevitable conjunción de un hoy, de un 

presente que ya es pasado, porque tu mente ya lo leyó. Me siento Alicia, deseando la 

mermelada cada día, nunca llegando ayer ni mañana, jamás habiendo amor hoy.

La autora (2021)

Es miércoles 14 de julio, pienso qué llevar, qué vestir, qué decir. Un vino, dos chocolates distintos (no conozco sus gustos, con suerte alguna vez tuve un vago contacto con él). Se mudó hace poco… sí, una suculenta está bien. Me pongo el body más hermoso que tengo, jean, una remera negra que pedí prestada para la ocasión -y que oculta el body por si solo es una cena amistosa y no una cita-, mi buzo preferido y me hago dos rodetitos. Sí, soy plenamente yo. Soy feliz, divertida, estudiosa, sociable. Me saco una foto, congelando -sin querer- el momento exacto antes de empezar a caer.

Después de este miércoles a la noche me enamoraría de él, tan profundamente que hoy parece irreal. Es decir, en mi vida solo había amado a una persona y creí que nunca más iba a sentir eso. Después de mi primer amor solo hubo sexo, cariño y nada más. Nada de sentimientos importantes o llantos prolongados para seguir adelante. Y, a decir verdad, me gustaba eso. Era lindo disfrutar de todo sin riesgo de salir lastimada. Pero es 14 de julio, todo va a cambiar.

Llegué distraída. Como nunca, confundí la enumeración de la calle y fui por la mano equivocada. Estaba yendo a un departamento exactamente a la vuelta de donde viví por cuatro años y me perdí en el camino. Mi cabeza estaba en las nubes, pero ¿por qué? Si solo iba a ser sexo de una noche, si resultaba que él no era gay -cosa que creí toda mi vida-.

Me saluda del otro lado de la calle, entro nerviosa, dándole la suculenta como regalo por su reciente mudanza, descorcho el vino y empezamos a charlar mientras termina de preparar la primera de incontables cenas. Fuimos dos libros abiertos. Dos amantes de las Letras leyéndonos mutuamente. Y, por favor, en mi vida había sentido tanta conexión con alguien. Copa va, copa viene, mi body se revela bajo sus brazos y su boca me besa mientras suelta “soy un poco lento, ¿no?”. Desde entonces no nos separamos por mucho, mucho tiempo. Días, tardes, noches. Inagotables charlas, interrumpidas por sexo, interrumpido por mate, interrumpido por cigarrillos, interrumpidos por besos, interrumpidos por sexo, interrumpido por abrazos, interrumpidos por silencios. Dios, qué hermoso era el silencio en sus brazos. Podía palparse con todo el cuerpo, flotaba a nuestro alrededor, se entremezclaba con los pies y muslos enredados, con los brazos fuertes y las manos suaves que acariciaban espaldas tibias y caras plenas. El silencio se comía todo, engullía el mundo entero, solo quedábamos nosotrxs, abrazadxs, amándonos.

Qué difícil es amar a quien te corresponde en sentimiento pero le tiene tanto miedo a esa sensación que retrocede ante ello. Qué difícil es amar estando rota. Dejarse amar se vuelve imposible, utópico, inalcanzable. Los poemas salían de mis dedos y rebotaban en la pantalla de mi celular que, intermitentemente, mostraba su nombre. Y de fondo en la conversación estaba la foto de cuando, felices, pasamos días y noches enteros bajo el mismo techo. Creo que todavía tengo un “te amo” atravesado en el pecho. La herida no sana, la cicatriz no se hace evidente, creo que con suerte se está gestando, porque ya no es 14 de julio del año pasado. Hoy es el presente. El tan estúpido, molesto, desastroso e ineludible presente. Lo quiero ayer, lo quiero mañana, pero por favor no quiero recordarlo hoy que es cuando duele, cuando marca.

Ahora es enero. Enero de este año, seis meses atrás. Camino por Sevilla. Me tomé el tranvía hasta el final del recorrido, vaya a saber en qué barrio, a varios kilómetros de distancia de mi hotel. Empiezo a caminar y, al parar a comprar una manzana amarilla, veo su nombre en la pantalla. Se me acelera el corazón. Ya llegando a Plaza de España, la conversación va muy fluida. Un poco más adelante, cruzando un puente de nombre irrelevante me dice que me llama cuando baja del colectivo. Sí, ¡por fin vuelvo a escuchar su voz después de varios días! Termino de cruzar el puente, para conocer el casco viejo, y me llega su llamada. Lo atiendo y el tiempo empieza a volar. Creo que yo también vuelo. Qué lindo es escucharlo, él en verano, yo en invierno, mientras visto un enorme saco gris y miro las luces a través de un hermoso río. Lo escucho y tiemblo, no de frío, sino de amor. Lo extraño, quiero acurrucarme con él en algún punto del mundo. Allá, acá, donde quiera que eso sea. En un abrir de ojos estoy en el Puente de Triana, ¿cómo es posible? Mierda, ya hablamos casi una hora, pero ¿cómo es posible, si su “hola” todavía resuena en mi oído? Cruzo el puente deseando no terminar nunca. Sería hermoso que se convierta en una cinta de gimnasio y me haga caminar en un sinfín de goma. O que se detenga el tiempo y solo nosotrxs dos quedemos activxs, él acá, yo allá, o yo acá, él allá, ya no sé, tiempo y espacio se mezclan. Se entrecorta la señal de mi recuerdo. Solo sé que camino unas cuadras más y el hotel aparece frente a mis ojos. “Llegué”. “Bueno, después hablamos”. “Te quiero”. “Yo también te quiero” – “te extraño”, lo reprimo, “te amo”, no sé decirlo.

Ahora es 14 de julio, de un hoy asquerosamente solitario. Ya no soy yo. No soy feliz, divertida, estudiosa ni sociable. Me da miedo sacarme fotos aunque, quizá, eso congelaría este momento y me permitiría seguir adelante. Me consumen las ganas de estar frente a su puerta, suculenta en mano, vino y chocolates en la mochila, body oculto, autoestima elevado, los espacios de nuestras mentes que grabaron nuestra historia juntxs vacíos, reiniciados. Quisiera tener otra oportunidad. Pero como bien dijimos cuando vimos Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, el final es inevitable, terminaríamos rompiéndonos, no sabiendo amarnos. Pero si algo está claro, es que ningunx se borraría de la memoria ese miércoles 14 de julio, porque es nuestro. El mundo se detuvo cuando me saludó a través de la calle y yo le sonreí. Quizá se reinicie cuando aflore la cicatriz sobre su recuerdo.

Deja un comentario