C.C.C. Presenta: La casa de Elvira

Por: Gimena Emeri

Ese suelo color carmesí, tan brillante como el primer día en que lo ví, tiene unas cuantas historias esperando a ser bien contadas. 

¿A qué me refiero por “bien”? 

Es que en este pueblo cuentan lo que quieren, pero no viene al caso hoy, porque en el diario escolar no se admiten desarrollar ciertos temas. 

Noté que la mayoría de las personas optan por llamar brujería a cualquier cosa que desconocen, y he escuchado por ahí que la magia no existe. Creo, que la casa de Elvira tranquilamente podría derribar este prejuicio. 

Me contó mi abuela (que le contó su mamá), que antes de que ella naciera, en la casa de atrás a la suya vivió unos cuantos años nuestra querida Elvira: una señora de la que se sabe poco pero se habla mucho. 

En la década que llevo acá, escuché muchas cosas sobre la mujer: que se llevaba mal con los vecinos, que a su gato se le ponían los ojos rojos cuando empezaba la primavera, que se alimentaba del llanto de algunos niños, e incluso que su trato con las plantas era mejor que con los humanos. No la culpo por lo último, yo a veces hablo con mi suculenta. Ninguna de estas variables es tan interesante en realidad. En cambio su casa, sí lo es. El verano pasado la municipalidad trató de demolerla pero no lograron hacerle ni un rasguño, la única respuesta por parte del intendente fue que ya era considerada un monumento y el tirarla abajo les generaba nostalgia. 

Como todo preadolescente escritor promedio, al escuchar sobre el lugar lo primero que se me ocurrió hacer, fue ir. Mi mamá me dijo que no, mi abuela que sí, y en teoría le hice caso a ambas. No entré, pero sí fui. 

Hace cinco años, aprovechando que a la siesta no podían pescarme en mi cometido, me asomé hasta la reja: negra y el doble de alta que yo (pues en ese momento tenía apenas doce). Me limité a contemplar desde afuera. Mi primera impresión fue que aquella era una casa de abuela. No sé si es una cuestión mía, pero podría identificar casas donde viven abuelas en cualquier región del mundo. 

Mi versión de doce años puede contarles que la reja negra estaba acompañada de una enredadera de la cual había sido advertido antes, supuestamente tenía espinas que dejaban cicatrices horribles. Puede contarles, que a pesar de eso decidió acariciar una hoja con su índice que tenía una cicatriz casi del tamaño del dedo mismo, y ninguna espina lo atacó. La planta resultó entender de dolor. 

Y todas las siestas que vinieron después, fueron nuevas expediciones. La casa de Elvira era un mundo nuevo, y para mí, lo nuevo nunca fue malo. 

Me hice amigo de la casa, y ella me tomó confianza en cuestión de semanas, de la enredadera brotaban rosas y las puertas se abrían ante mí cada vez que me veían aparecer. La primera vez que entré, solo pude fijar mi atención en la biblioteca que abarcaba una pared entera. 

En la segunda visita, un libro cayó al suelo sin yo haber tocado nada. Y cada vez que pisé el lugar, algo me sorprendió. 

Elvira dejó enigmas por doquier, que yo fui resolviendo mientras mi familia dormía. Cuando creí ya no tener nada por descubrir, encontré una nota: “sabía que alguien iba a entender mi corazón”. La casa siempre representó para aquella mujer, de la que mucho se habla y poco se sabe, su corazón. 

Y yo, un estudiante que escribe notas para un diario que con suerte es leído, logré en unos pocos meses lo que el pueblo lleva una eternidad tratando de hacer: entender. Elvira me dejó entrar a su corazón y conocí la magia.

No sé si era bruja, pero sí supe que en silencio uno aprende más, que las plantas también se comunican y que aunque abandonemos un lugar, si realmente lo sentimos nuestro hogar, nuestra esencia ahí se va a quedar.

6 comentarios en “C.C.C. Presenta: La casa de Elvira”

  1. Hermosoo Gii! Me encanto, es increíble como lograste captar mi atención y meterme más y más en la historia. Muy lindo el mensaje que transmite!

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