Por: Marklo
El mundo que conozco cubrió mis ojos con un lienzo explotado de colores mágicos y brillantes, me mostró la armonía, la serenidad y que todas las personas encerraban algo único por descubrir, que éste era un lugar en el cual valía la pena vivir, y yo apenas abriendo mis ojos, apenas dando el primer paso de este viaje, creí, creí como creen todos los que desconocen la oscuridad que genera el propio sol, cuando se tiñe de mentira. El mundo que conozco me dio todas las llaves y me dijo que ninguna cerradura era inviolable en mi pensamiento y yo volé, volé muy lejos creando ciudades, mundos que nunca existieron, pero nunca me dijo que debía temerle a las palabras, sobre todo aquellas que salían de mi boca, porque esas, se volverían en mi contra, si molestaran a ciertas personas.
El mundo que conozco me mostró que la unión hace la fuerza, que si todos, absolutamente todos tiramos para el mismo lado, no hay nada que nos detenga, no existen murallas, no existen barreras e incluso no existen enfermedades ni pandemias que puedan detenernos, pero nunca me dijo que el hombre se volvió egoísta, que el hombre en su hambre de avaricia, de poder, se volvió anti-hombre, qué género en sí un odio hacia él mismo,
al límite, al extremo de creerse su propia mentira.
El mundo que conozco me dijo que la vida es ahora, este es el momento, que vivir se escribe en presente bla bla bla, pero no me dijo que al final había una puerta enorme llamada muerte con un pequeño papel apenas legible que decía: el final es siempre un principio.
El mundo que yo conozco no me conoce y él me puso frente al espejo para que me vea a mí mismo, para que sepa qué y quién soy, para que vea a través de mí a las personas de mentira, al amor de fantasía, a esos que usan las palabras de moda, pero que nunca las proyectan, para que vea que el amor es algo que los humanos no comprendemos. Ese mismo mundo quitó el antifaz de mis ojos y puso frente a mí a la verdad y la mentira, en una mano puso la guerra y en la otra, puso la poesía.