Por Agustina Botto
Valeria Sonzogni, seis años. Actualmente es cantante lírica.
Para mí es una época muy gris, muy angustiante. Pasó de todo.
Todavía era chica para bajar sola a la vereda, pero era común jugar ahí. Había bajado a andar en bici con mi abuela y mi hermana. De golpe, se armó un revuelo. Habían cortado la calle y un camión militar se subió a la vereda de mi edificio. En ese momento, mi hermana se había alejado mucho en el triciclo y mi abuela había ido corriendo a buscarla. Yo estaba sola junto a la entrada, viendo todo lo que pasaba. Como una espectadora. Alrededor de seis militares bajaron armados. Le ordenaron al portero, Romero, que abriera el garaje para entrar el camión y le preguntaron: “¡¿QUÉ PISO ES CRISTINA Y ROBERTO?!”. Los nombres de mis papás. El portero, asustado, atinó a decir: “Quinto sesenta y siete”; confundida pensé: mi casa.
Le tocaron el timbre a mi mamá, y volvieron a gritar: “¡BAJE CARAJO!”.
No sé qué contestó mi mamá, pero el portero intervino y les preguntó:
-¿Pero, a quién busca?
-A Cristina y Roberto Salatino.
Era otro matrimonio, se llamaban igual pero vivían en el cuarto piso. Se los llevaron y los desaparecieron por meses. Yo no era consciente de lo que estaba pasando, pero sabía que era malo. Cuando los largaron escuché que estaban destrozados y se exiliaron.
Pasaron tantas cosas… Mi papá tuvo que renunciar a su trabajo en Phillips porque el jefe de personal le sugirió que sus reclamos como delegado eran peligrosos y pasó a ser taxista, por lo que pasaba menos tiempo en casa.
Al poco tiempo, creo que menos de un año, pasó lo de Oscar. Lo de Oscar fue terrible.
Recuerdo perfectamente los gritos desesperados de la tía Aida entrando a mi casa:
-¡Balearon a Oscar! ¡Balearon a Oscar!
Sin decirnos nada, mi mamá se fue con ella. Nos quedamos con mi abuela un montón de horas hasta que volvieron mis papás. Me acuerdo que pensé: “¿Cómo que balearon a Oscar?”. A los niños no nos decían mucho. Nos la ingeniábamos para saber, nos escondíamos atrás de la puerta o debajo de la mesa para escuchar. Mi mamá estaba desconsolada; la policía le había disparado a su primo de dieciocho años, mientras sacaba a pasear los perros en donde hoy está el Parque Sarmiento. Le tiraron por la espalda. Tres días después falleció porque no había un respirador en el hospital
Era un pibe hermoso, alto, hijo único, estudiaba Análisis de Sistemas. Tenía un amor platónico por él, me había hecho escuchar por primera vez “Muchacha ojos de papel”. Nunca hubo justicia, se supo que eran policías de la Comisaría Nº49 de Saavedra que estaban alcoholizados después de un asado.
Ya a esa edad había aprendido que los policías y los milicos eran todos una mierda en quienes nunca debía confiar.