Por María Belén Duré
Claudia Beatriz Aranda, 8 años.
Actualmente, ama de casa.
Durante la dictadura veía a mamá rezar mucho y pedía que su marido volviera bien a casa. Un día le pregunté por qué lloraba y pedía por papá, y me contestó: “Mamá está dormida, no le hagas caso”
La villa donde nos refugiamos en Mendoza parecía más tranquila que el Boulevar Pellegrini. Las casas eran antiguas y había más silencio, pero mamá seguía inquieta. Una noche nos fuimos dejando todos los muebles, me parecía raro pero solo nos decían que era por seguridad.
Una tarde, en la escuela chacra de Tupungato en Godoy Cruz, Mendoza, entró un grupo de guerrilleros buscando a hijos de militares. Nos buscaban a nosotros. Todos empezaron a gritar…las maestras nos tuvieron que esconder en una habitación. Nos sacaron a mí y a mis hermanos, que estaban en quinto y sexto pero eramos bastante chicos. Nos escondimos en una habitación que parecía otra aula. Estábamos todos apretados, esperando que nos dijeran que se habían ido…aún recuerdo verlos entrar con las armas, eran todos parecidos, con bigotes.
Esa tarde quedé marcada porque me asustó la manera en que la maestra me agarró del brazo, nos agarró así a varios, no entendía bien qué pasaba. Mi papá, el oficial mayor Aranda, tenía un código en aquel momento. Tocaba el timbre 5 veces, si lo tocaban de otra manera, mamá no abría la puerta.
Ella era muy buena, ayudaba a todos los que podía en la villa, hacía amigas fácil pero creía que todas eran buenas como ella. Ilusa, entraba en confianza y contaba que su marido era militar. Después de que ella contó eso, nos entraron a robar, nos robaron todo. Mi papá se enojó muchísimo con ella por haberlo contado, pero mamá le repetía que pensaba que eran buenas personas.
Después de eso, volvimos a mudarnos, volvimos a Rosario pero no me explicaron nada. Siempre por seguridad.