Por Agustina Ionno
Ricardo Ionno, 11 años. Actualmente despachante de aduana.
Tenía 11 años el 24 de marzo de 1976, y la verdad que no tenía mucha noción de lo que estaba pasando. En mi casa casi no se hablaba del tema…en realidad nunca se habló de política en general. No había una identificación específica partidaria. Mis viejos son inmigrantes italianos, mi mamá era ama de casa y a mi papá apenas lo veía los fines de semana un rato, porque trabajaba todo el día en el ferrocarril y en una fábrica de caños.
Mi mamá solía poner radio Colonia, una radio de Uruguay, donde ahí, más o menos, uno se enteraba algo de lo que estaba pasando. Recuerdo escuchar sobre las peleas de los militares con los montoneros y no mucho más. El barrio siempre fue tranquilo y todavía nos permitían salir a jugar a la calle, aunque apenas comenzaba a atardecer nos hacían entrar a todos a nuestras casas.
Pero si hubo una situación que me quedo grabada en la memoria. Y digo grabada porque hasta puedo escuchar los ruidos y los olores cada vez que la cuento. Ese año comencé a ir a un colegio vespertino porque por la mañana había comenzado a trabajar en el taller de Rubén, quedaba a dos casas de la mía. Todos los dias salía del colegio entre las 10 y las 11 de la noche, y me iba caminando con dos compañeros hasta la esquina de Pavón y Galicia, donde me tomaba el colectivo que me dejaba en la esquina de casa.
Una noche salí como siempre con mis compañeros caminando para esa esquina pero justo antes de llegar, nos cruzó un colectivo con policías y hombres de civil. Nos gritaron: «¡Arriba!» y nos subieron a los empujones. Me acuerdo que alcance a gritar: «Pero señor, estamos saliendo del colegio» y me devolvieron una mirada que me hizo no hablar más durante todo el trayecto…no teníamos idea a donde íbamos, no nos decían nada. El colectivo estaba lleno de borrachos, hombres golpeados y prostitutas. Todavía puedo sentir el olor nauseabundo que había en el ambiente.
Cuando llegamos al lugar, creo que era una comisaría, nos sacaron los documentos y nos llevaron al patio. Me acuerdo que hacía muchísimo frio y yo comencé a sentir ganar de orinar. Tuve la pésima idea de pedir ir al baño. «Quédese parado y aguante, maricon», me gritaron los policías riéndose. Creo que fue la vez que mayor miedo sentí en mi vida.
A las 4 de la mañana nos llamaron a los tres, nos devolvieron los documentos y nos llevaron a Pavón y Galicia. No había colectivos a esa hora, por lo que me tuve que ir caminando casi 30 cuadras hasta mi casa. Cuando llegué, abrí la puerta y mi vieja me estaba esperando. Me pegó un sopapo que me dio vuelta la cara. Cuando le conté lo que había pasado, se arrepintió de haberme pegado y lloró. Nunca más volvimos a tocar el tema.