Por Ezequiel González Núñez.
Gisela Coral, 12 años. Actualmente es dentista.
Nunca voy a olvidar el alivio que sentí cuando asumieron los militares. Durante los años ’74 y ’75 en Argentina se vivía una época muy dura, insegura y conflictiva entre los grupos montoneros y la triple A. Muchos atentados o amenazas de bomba. Recuerdo que a mediados del año 1975 asesinaron a mi vecino. Dijeron que fue un robo. Quizá haya sido eso, un simple robo que terminó mal y no tenga en absoluto que ver con la situación del país, pero yo vivía aterrada.
Es por esto, que de niña, sin muchos conocimientos e influenciada por mi padre, yo apoyaba la dictadura. Al poco tiempo de la toma de poder, sentí cómo el país se estabilizó. Disminuyó la inseguridad, había paz y orden. Me acuerdo unas palabras de mi padre: “¿Viste cómo ya no le pintarrajean la pared a Silvia?”. Una vecina que siempre tenía que pintar el frente de su casa porque se lo “grafiteaban” a menudo. Uno se quedaba con esos detalles, sin ser consciente de todo el mal que había detrás. De todo lo bueno que parecía que se hacía, era por un mal mayor.
Tiemblo de solo recordarlo, pero cuando observaba a Videla en la tele recitando comunicados, le agradecía. Para mí era un héroe. Ahora me avergüenzo. Tiempo después, cuando el gobierno militar se acercaba a su fin, hubo una discusión familiar muy fuerte durante la cena. Mi tío le reprochaba a mi padre el apoyo a los militares. Mi padre repetía fervientemente: “Yo le hago la venia al General Ramón Camps, gracias a él pude criar a mi hija en paz”. Tras el derrocamiento, y la salida a la luz de todas las torturas, asesinatos y desaparecidos durante la dictadura, en casa no se habló más del tema.
